Cuentos

Sangre

Sentado en el váter:

Nada hay más frío, gélido, que el sonido leve y agudo del mosquito cuando todo está tranquilo por la noche. En cuanto aparece, la gravedad propia de mi cabeza no es capaz de mantener la órbita de los ojos, cosa grave. Se me hiela la sangre. Aún con la importancia que siempre tiene, el corazón poco tiene que ver en todo este asunto, el frió y el recogimiento comienzan en otro punto, un lugar más céntrico del tronco, como si únicamente el sonido hubiese ya picado por dentro.

Es repentino, aparece de noche y aparece de la noche y se nos aparece como un fantasma o acaso un santo, en el momento en que se acerca nunca sabes con una mínima exactitud a que distancia se encuentra de tu oído el chupóptero.

Sangre. Ni en películas de guerra, ni en películas de asesinos sin escrúpulos. Ni siquiera en películas de asesinos en un hospital de trasfusiones en la guerra. Es en la situación que describo, con esa aguja volando por toda tu habitación y por el interior de tu cabeza, donde la palabra sangre mejor encaja. Es lo que busca el mosquito: sangre, y es también lo que tú reclamas como tuyo cuando por fin enciendes la luz y, tras adaptarte al cambio de claridad, te dispones a cazar a tu enemigo. Sangre. Una pequeña mancha de sangre roja, parte del mosquito, parte de sus víctimas, incluido tú. Dispuesto a matar al diminuto insecto, que en este momento parece ser causa de todos tus problemas, dispuesto a esperar hasta el amanecer si hace falta para acabar con su vida, ahí de pie mirando a la nada, escuchando el punzante y vago sonido pero sin ver nunca a quien lo provoca. Sangre es lo que te ha arrebatado el mosquito y sangre es lo único que puede devolverte ese todo que sientes que te ha robado esta noche. Sangre. Tu meta es que la mancha de sangre en la pared sea lo más roja y lo mejor definida en su forma como sea posible.

Luego esa mancha permanecerá en la pared de tu cuarto durante mucho tiempo, meses, quizás años. Tal vez nunca sepas porqué, tal vez cuando la mires antes de acostarte, te preguntes porqué el día anterior no la limpiaste. La respuesta es esta: Esa mancha rojo oscura pasa a formar parte de tu habitación un poco más cada minuto que pasa. Siempre tienes la oportunidad de hacerla desaparecer, pero subconscientemente nunca lo harás. Esa manchita eres tú y tu pared es ahora

1 comentario:

Anónimo dijo...

puta mierda