Cuentos

Descartes

Espero poder proponer o predicar algo. Lo que puedo contar se basa en sueños o en mi, no recuerdo. Si éramos dos o veinte no tiene la importancia que tiene el hecho de que estábamos hundidos en espesura. Éramos tres. Uno no movía un músculo, otro sólo cantaba de puro magnetismo y yo, al principio posaba creyendo que se trataba se algún tipo de prueba. Pero ni éramos observados ni teníamos oído y lo único en que pudimos ponernos de acuerdo para aclarar las cosas fue comenzar a descartar imposibles. Uno descartó el que estuviéramos encerrados, ya que veíamos el cielo y el horizonte. Otro descartó que fuéramos parientes, ya que no nos conocíamos. Yo pude descartar que estuviéramos en esa situación de forma voluntaria pues el otro estaba orinado de puro pavor.
Menos mal fue cuando el arbotante del horizonte se transfugó en neblina que a su vez desprendió por un momento de tres segundos el aroma de la madera chorreante de aceite. Con lo que sobró nos embadurnamos y conseguimos salir a dunas penas por el desierto de dudas el Otro y yo. Uno ya no se movía ni respiraba así que descartamos que pudiese seguirnos y que escribiese poesía.
El Otro comenzó la marcha y yo le seguí, no teníamos los instrumentos apropiados pero me desmarqué confundiendo a la razón y conseguí una trompeta. La marcha estaba completa ahora.
Fue extraño encontrar una equina que girar en mitad del desierto vacío pero no soy quién para juzgar y giramos a la derecha. Resultó ser todo de carbonato cálcico excepto las piedras blandas, que eran de cobre. La chiquilla las coleccionaba desde hacía meses y había conseguido un tercera parte de las existencias mundiales. Nos despedimos de Cobre y seguimos andando y descartamos, visto lo visto, que todo aquello fuese simplemente un restaurante de barrio rico.
Tras hora menos 50 minutos de caminata inagotable terminamos agotados y cuestionándonos a nosotros mismos. El Otro dudaba de mi yo de él. Pero descartamos que fuésemos arena y decidimos comenzar los cimientos de algo. Ya veríamos de qué cuando lo termináramos.
Colocando la segunda viga el Otro se quitó el sombrero y fue lo último que hizo. Fue una tragedia. Simplemente yo descarté la existencia, el drama y esas bolsas de regalo que dan en los cumpleaños de niños y caminé dos minutos hacia el punto que más cerca parecía estar de mi mismo. Luego descansé.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusta puto