Cuentos

Kitsch

Hace años pasé por un mal momento económico. No es raro, de hecho, fue un mal momento dentro de mi mal momento constante, fue un “peor momento”.
Hace años se casó mi mejor amiga y coincidió con mi bache monetario. Sin embargo quise buscarle los tres pies al trípedo y pensé un plan para sacar al menos algo de provecho a la situación.
En cuanto recibí la invitación fui a buscar trabajo. Al final de todo el día buscando había encontrado tres puestos, donde compré tres chicles, y también una revista de anuncios y conseguí tres trabajos, los tres primeros en que me admitieron, no podía andarme con caprichos. A las siete de la mañana entraba a trabajar como transportista de bultos de un pueblo a otro. No sé que tipo de bultos transportaba, nunca me interesó. Trabajaba hasta las seis de la tarde sin descanso para comer y a las siete exactamente entraba en mi segundo empleo del día como repartidor de pizzas a domicilio. Casi me mato dos veces pero mereció la pena. Al terminar con la moto a las doce de la noche iba corriendo a mi tercer trabajo. Era este como vigilante nocturno en una fábrica de licores.
En los tres trabajos pagaban mal, a pesar de eso, tras varios meses durmiendo una hora diaria pude reunir una bonita cantidad de dinero, suficiente para lo que me proponía.
Llegado el día de la boda llevé mi regalo en una caja más alta que yo mismo. Todos se sorprendieron mucho al verme llegar con un regalo de esas dimensiones, pues todos estaban al tanto de mi situación económica. También me contaron que se habían enterado del esfuerzo que llevaba haciendo en tres empleos a la vez y que no tenía que haber comprado nada. Ya… Al final los novios abrieron el regalo, con cuidado de no romper ni el papel y, al terminar, se encontraron ante un payaso de imitación de porcelana pintada de casi dos metros de altura que costaba unos tres mil euros. Tras reponerse del susto me dieron las gracias.
Ya pasada la boda pude enterarme de los comentarios de la gente, los novios se espantaron con el payaso pero estaban agradecidos sabiendo lo que tuve que pasar para hacer lo que ellos creían que yo pensaba que era un buen regalo. Lo que no sabían era que yo era perfectamente consciente de lo horrible del payaso. Ese mes casi no comí. Sólo lo hice por ver sus caras.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se te ocurra jamás en la vida regalarme un payaso gigante de ceramica......me matas del susto!
PD: te he dicho ya que mi hija se va a llamar Beatriz? :-P
Besitos mi pekeño saltamontes!