Cuentos

Fauve

- Señor P., tengo que informarle de que ayer, dos de sus animales, me arrancaron brazo y medio al llegar de comprar el pan. Se me cayeron las bolsas de color rojo intenso de la panadería y manché de sangre escarlata todo el suelo, y eso sin contar con la blusa azul fauve que me compré el otro día de oferta, ¡pero buena eh! No se vaya usted a creer.

Los animales a los que se refería la señora P. eran los dos tigres azul eléctrico con los que convivía en mi apartamento de la calle Catcher. Había, además de los dos felinos, tres caballos de color naranja intenso y un par de hurones grises. Miré a mi vecina y comprové que era cierto. En lugar de brazo derecho tenía un muñón y en el sitio donde debería haber estado el izquierdo no había nada. Sólo se había equivocado en una cosa: los animales no eran míos. De hecho, se podría decir que yo era de los animales.
Cuando, hacía un año, terminé mis estudios y me mudé de ciudad, encontré ese apartamento, muy bien de precio y bastante grande, en muy buenas condiciones. La persona que me lo enseñó me explicó que el motivo del buen precio del apartamento era que los animales eran sus dueños legales. Según me contó, los tigres, los caballos y los hurones habían sido de un nuevo rico que, al morir, les dejó en herencia un pequeño parque acuático además del piso. A pesar de todo yo no tuve ningún problema y lo alquilé. Las primeras semanas me miraban con recelo cuando me sentaba en su sofá a ver su tele, pero pronto se acostumbraron a mi presencia y, me atrevo a decir, que incluso les caí bien.

Por mi parte, nunca me han dado problemas. Tampoco me dan conversación, pero me sirven de compañía.

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